La pareja se ha separado y cada miembro se ha vuelto a relacionar, pero mantienen en común varios embriones congelados. Ella pretende implantárselos para tener hijos con su segundo marido. Él los quiere para su nueva esposa u opta simplemente por destruirlos. ¿Qué solución tiene este juicio salomónico?
En este caso, la respuesta es relativamente
sencilla, como explica el abogado Ignacio Bermúdez de Castro: «Es la
pareja inicial la que constituye el embrión, así que nunca se va a poder
implantar si falta el consentimiento de uno de los cónyuges». Más
complicado es saber qué destino tendrían sus embriones congelados. Si la
mujer contaba más de 35 años cuando fueron generados, no los podrá
donar a terceros, y el uso científico que admite la ley está hoy en vía
muerta. El letargo indefinido a -196 grados es el camino más seguro.
Pero existen planteamientos más complejos, casi
de ciencia ficción, que son ya el día a día de las clínicas. Por
ejemplo, ¿qué pasa cuando muere uno de los cónyuges y no existe un
documento legal que exprese la voluntad del fallecido?», plantea Elkin
Muñoz, director del IVI de Vigo. Aquí son los departamentos jurídicos
los que llevan la voz cantante, y en ese caso, la destrucción parece el
resultado más probable «porque el cónyuge que queda vivo nunca va a
poder usarlos».
La criopreservación está generando también nuevos
escenarios éticos. «En el Chuvi no autorizamos ciclos en fresco a
personas que tienen embriones congelados», explica Domingo Vázquez
Lodeiro, responsable de la Unidade de Fecundación in Vitro del hospital
público vigués. Este centro tiene en torno a «setecientos embriones
acumulados», de los más de 5.000 que hay en las clínicas gallegas de
fecundación in vitro (FIV); más de 300.000 en el conjunto del territorio
estatal.
A nivel académico, José Antonio Seoane, profesor
de Filosofía do Dereito en la Universidade da Coruña, explica que el
destino de los embriones congelados divide los debates de bioética «en
dúas posicións: unha admite o uso do embrión para outras reproducións,
pero non para a ciencia porque supón tamén a destrución. A outra -prosigue- parte de que o embrión ten menor valor que o ser humano nacido, polo que si acepta a solución legal da investigación». Seoane no tiene muy clara su propia postura y apunta a otro dilema esencial: «O
problema tal vez sexa a transformación das técnicas de reprodución
asistida xa non para resolver unha carencia, senón para solucións
electivas, a procura dos mellores».
Y en el medio, el ser humano. La rigidez de la
ley actual y la crisis económica, que limita el uso de los embriones
criopreservados por falta de recursos, frustran a las parejas hasta el
punto de que se están dando numerosos «cuadros de depresión, ansiedad o
angustia», confirma Maite López, psicóloga del IVI vigués.
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